Filosofía

Laví e Bel. Una película africana titulada LA VIE EST BELLE, me llevó al nombre con esa sonoridad tranquila y evocadora. Parecía una buena declaración de principios, que encerraba una especie de optimismo distorsionado, una ingenuidad consciente llena de capas de tristeza por el mundo. Laví un viejo tahur judio y Bel una corista retirada. Una especie de premonición del futuro cabaretero que nos esperaba.
Durante 20 años ese nombre nos ha acompañado lanzándonos su mensaje de futuro. 20 años – 20 espectáculos.
Una media de tres meses de ensayo por espectáculo: casi cinco años metidos en la sala unas 8 horas al día. Da para mucho todo ese tiempo sacando a la luz ideas que solo eran fantasmas sobre el guión.
Cada espectáculo ha sido una aventura, una selva que poco a poco hemos ido desbrozando, buscando caminos entre la espesura. Nos hemos metido en muchos jardines desconocidos. A veces hemos encontrado algo valioso, otras veces simplemente nos hemos perdido, pero siempre hemos mantenido vivo ese espíritu de exploradores.
Nosotros elaboramos nuestros propios universos y esto requiere un trabajo minucioso y lento, lleno de callejones sin salida y de zonas despejadas. Nos movemos en el terreno del teatro de creación. Eso no nos hace mejores, ni peores, simplemente nos obliga a pensar desde más puntos de vista y nos permite perdernos por caminos que a veces nos llevan a sugerentes espacios vacíos, en los que encontrar algo sencillo de nosotros mismos, algo más humano y cercano o no.

Teoría del iceberg.

Un iceberg navega suave y contundente entre las olas agitadas. El sol reluce sobre el hielo. El mar enfurecido no es capaz de hundir aquel pequeño islote flotante.
Si cogemos aire y descendemos, veremos que esa pequeña superficie habría desaparecido hace mucho, si una enorme masa no la sustentase.
Estamos con los que piensan que el espectáculo, lo que ve el público es la punta brillante de un universo sumergido. A pesar de no verlo intuímos que está ahí.
Quiero pensar que nuestros espectáculos han sido icebergs a la deriva.
Sin esas toneladas de material escondido: textos, imágenes, intenciones; sin ese “derroche” de ideas aparentemente innecesarias, sin todas esas horas de caminos perdidos, de largas improvisaciones hacia ninguna parte, de pruebas desechadas, de momentos que se han quedado pegados a las costuras de la ropa, sin todos esos instantes ahora invisibles, pero entonces contundentemente vivos… sin todos estos hilos transparentes, esas imágenes, emociones, sentimientos y hechos que hemos ido colocando sobre el escenario, los espectáculos no serían más que aire.
En algunas ocasiones, esta combinación puramente química, trabajosa y lúdicamente elaborada, ha creado momentos de comunicación con el espectador dificiles de clasificar. Excasos momentos, con un leve peso oculto, que han conseguido tocar al público y hacerlo con fuerza, sin que este haya sabido ver de donde venía la puñalada. Esos momentos en que la cuerda vibra, que dejan un recuerdo que perdura en el tiempo.
Esos “peces dorados”, como dice P. Brook han hecho que valgan la pena todos estos años de trabajo. No son los espectáculos, son esos momentos tan efímeros en los que hemos sido uno con el público, en los que hemos podido tocar a retazos algo que tiene que ver con el sentido profundo del teatro, de la comunicación. 5 o 6 momentos quizás a lo largo de 20 espectáculos: un tesoro enorme.
Durante este tiempo se ha ido fraguando una manera de hacer, unos mecanismos de trabajo, eso que llaman un lenguaje propio, que simplemente es nuestra manera de combinar los ingredientes, nuestro coctail. Para nosotros no es fácil comprender en que consiste ese mejunge con sabor agridulce.
Han pasado por la compañía muchas personas: técnicos, músicos, actores, productores, colaboradores de la puesta en escena. Cada una de esas personas ha dejado algo de si en los montajes. Laví e Bel es una manera de llamar a esas energías dispersas a lo largo de los años. Todas esas ideas y profesionalidad están en cada letra de ese nombre.